lunes, 27 de junio de 2011

Entrevista a Juan Falú (2003)

Si hay en la actualidad un artista representativo de la estética más vanguardista del folclore argentino, ese es sin duda Juan Falú. Nacido en Tucumán, Argentina, en 1948, es uno de los referentes vivos de la música popular de su país. Ha paseado su arte por los cuatro continentes y su obra (discos y partituras) se ha editado en Argentina, Brasil, Francia, Bélgica, Alemania, Costa Rica y Japón. Psicólogo egresado de la Universidad de Tucumán, sólo ejerció durante cuatro años porque, en la época, se sentía más cobijado en el diván que en el sillón. Militante político, estuvo en la mira de la Alianza Anticomunista Argentina y del General Bussi. Lo salvaron la noche y la guitarra, a juzgar por la opinión generalizada del ambiente: “es demasiado bohemio para andar en la pesada”. Acaso baste con decir de Juan que es dueño de un lenguaje técnico-expresivo único que lo diferencia enormemente del inmenso océano de guitarristas clásicos y populares. La guitarra de Juan Falú es una isla, y su música, un oasis conquistado a pulso a lo largo de una vida con tantos vericuetos como pueda uno llegar a imaginarse.
Asistimos el 13 de julio al concierto-cierre de su gira europea 2003 en el Museo de América de Madrid. Allí conversamos amenamente sobre su experiencia a lo largo de las últimas décadas con la música y la guitarra. Por Manuel Álvarez Ugarte

Comencemos por el presente. Tras más de treinta años de actividad ininterrumpida te encuentras en plena forma como compositor y concertista; has hecho una nueva gira europea y en octubre tendrá lugar en Buenos Aires la novena edición del festival Guitarras del Mundo, del cual eres creador y director artístico. Cuál es el balance a esta altura de tu carrera?
Considerando que a los 15 años ocupé por primera vez un escenario con la guitarra, voy ya por los 40 años de vida artística. En el camino toqué por donde puedas imaginarte: desde el Teatro Colón hasta el más humilde club de barrio, de esos con techo de chapas en donde rebotan no solo el sonido de la guitarra sino de todo aquello que suene: botellas, vasos, conversaciones...
Hace poco el compositor devenido crítico de Clasical Guitar Magazine, John Duarte, sostuvo en ese medio que soy un guitarrista más apropiado para un cabaret y para escuchar con un vaso de whisky en la mano. Su intención fue subestimarme y acabé tomándolo como un elogio. Más de una vez la guitarra se me ha cruzado con el vino y la amistad, en aquellos encuentros apasionados, esas rondas musicales domésticas que acabaron siendo mi verdadera escuela. En el camino también compuse un centenar de obras, llevo enseñando 10 años en el Conservatorio Manuel de Falla de Buenos Aires –donde acaba de crearse la primera carrera superior de tango y folclore bajo mi coordinación- y dirijo Guitarras del Mundo, un festival con sedes en más de 80 ciudades de mi país, una verdadera síntesis de la pasión argentina por las seis cuerdas.
Mi balance es bueno pero nunca estoy conforme. Aún estoy atrás del disco que me guste, debo escribir varias obras que compuse, lo cual en muchos casos implica realizar los arreglos, algo muchas veces más trabajoso que la propia composición, y estoy detrás de una idea que pienso plasmar: traducir algunas de esas obras a versiones de cámara. Creo que empezaré por cuarteto de cuerdas y guitarra. Soy consciente de cuánto llevo realizado pero me pesa más la búsqueda de lo nuevo, una nueva partitura, un mejor sonido, una grabación sin ninguna nota que me disguste. No se trata de afán perfeccionista pues estoy lejos, muy lejos de tales parámetros, sino sencillamente de plasmar lo que sé que puedo dar. Prefiero mil veces una buena composición al Premio Nacional de Música con que me honrara mi país, un buen disco a todo los currículums acumulados, pues un músico sin obra o sonido dignos corre el riesgo de acumular “ridículum vitae”. A propósito, ese es el nombre de un libro de inminente publicación, que escribí relatando mis episodios vivenciados con la guitarra en estas cuatro décadas.

Háblanos del programa que has tocado en esta última gira.
En mi última gira toqué un repertorio de obras propias, obras argentinas de autores como Ariel Ramírez, Carlos Guastavino y grandes creadores del tango, dejando siempre un espacio libre para alguna improvisación. En México, donde participé en el Festival de Guitarra de Taxco que dirige el gran guitarrista Juan Carlos Laguna, me dio por dedicarle al público un ensamblado de tangos y boleros en versiones libres, sabiendo que son músicas muy amadas por los mexicanos. Suena a demagogia pero no es otra cosa que un modo natural de hacer música. En mi caso, mostrar en el escenario lo que haría naturalmente en una reunión, es el modo más genuino de expresarme.

Tú eres un músico de formación autodidacta, con un profundo conocimiento de las formas y ritmos de la música argentina y latinoamericana, pero autodidacta. Cómo te sientes en el entorno de la guitarra clásica?
Si bien mi repertorio es exclusivamente argentino, con fuerte componente del folclore de mi país, me siento bien insertado en el mundo de la guitarra clásica, sobre todo en los festivales de guitarra. Son varias las razones: amo la guitarra clásica y será para mí una asignatura pendiente, pero también percibo el amor que los guitarristas académicos sienten por las músicas regionales del mundo. Por suerte, los festivales de guitarra de hoy en día favorecen esos encuentros y superaron las viejas barreras del prejuicio que separaba lo culto de lo popular.

Los Falú sois una familia cuyo apellido es sinónimo de guitarra en Argentina. Qué parentesco tienes con Eduardo Falú?
Soy sobrino de Eduardo Falú. Mi padre fue quien puso una guitarra en sus manos y en las mías. Así que, a pesar de la gran admiración que profeso por Eduardo, será siempre mi padre el principal hacedor de mi musicalidad.

Durante la última dictadura argentina te exiliaste en Sao Paulo. Qué recuerdos conservas de aquella época?
Entre el 76 y 84 tuve que exiliarme en el Brasil, huyendo de la dictadura militar y genocida que azotó nuestra tierra. Mis recuerdos son de sueños truncados, pero también de vidas truncadas por el genocidio masivo, de personas cercadas por el horror y el propio miedo, un miedo que actuó como mordaza y llevó al silencio y la autocensura a gran parte de la sociedad. En lo personal, tuve que huir dado mi alto grado de compromiso político y militante, compromiso en realidad casi familiar, que nos costara el exilio de tres hermanos y la desaparición de otro, mi querido Lucho Falú. Al mismo tiempo, fue una experiencia dura ante la que puedes sucumbir emocionalmente o salir fortalecido. Yo estoy aquí, firme en la vida, en el arte y con mis principios intactos.

Imagino que el contacto con la música de Brasil habrá sido enriquecedor e influyente.
El Brasil me influyó pero sin que haya buscado esa influencia. Sucedió naturalmente gracias a mi necesidad de hacer música en cuanta reunión fuera posible. Cuando regresé en el ’84 a la Argentina, el público hacía hincapié en percibir cierto toque brasileño en mis armonías. Hoy eso ya es pasado, pues hubo un extraordinario crecimiento en el mundo y un concepto armónico de los músicos argentinos, en muchos casos más rico que el mío propio. No te olvides que nunca estudié la teoría ni la técnica y mis sonidos salen de tocar y mover los dedos sobre el diapasón de la guitarra, nada más.

Además de dedicarte a la música instrumental para guitarra, tienes compuesta una importante obra de canciones junto a destacados poetas y letristas. En qué faceta te encuentras más cómodo?
Componer canciones es maravilloso. El folclore y el tango argentino cuentan con numerosos ejemplos de canciones excelsas en lo poético-musical, de manera que es todo un desafío meterse en ese terreno. Las que compuse y conservo creo que valen la pena y las que no conservo, pasarán al olvido. Hasta ahora no me dediqué a hacerlas conocer, pero estoy en esa tarea y ya tengo casi terminado un disco con unas 15 canciones propias, con letras de grandes poetas del folclore argentino.
No es más ni menos cómodo crear canciones o música instrumental. Simplemente uno va dejando que fluyan y tal vez existan períodos en los que un género se ve más facilitado que el otro. Pero la exigencia siempre será la misma, al menos para mí.

Cómo trabajas en la composición?
Esto hoy es un problema, pues compongo frases musicales toda vez que cojo la guitarra. En otras épocas, la frase podía disparar una obra. Hoy, sencillamente pasan al olvido, pues me quedo en la sola sensación placentera de esa mínima creación y pierdo su registro. Tendré que trabajar en ello o hacer lo que me sugiere todo el mundo: tener siempre un grabador a mano. Antes era más ordenado. La secuencia era: frase musical, extensión de la frase y encaje de la idea en alguna forma musical conocida, esto es, de algún género folclórico argentino. Luego viene la etapa del arreglo guitarrístico –la más costosa en mi caso- y pasar todo a la partitura. Todo este proceso lo hago empíricamente, guitarra en mano.

Entre las muchas actividades que promueves, la docencia ocupa un lugar importante. Háblanos de tu cátedra de ritmos y formas del folclore en el conservatorio superior Manuel de Falla de Buenos Aires.
La docencia fue ocupando año a año un lugar privilegiado en mi vida. Sucede que enseño música argentina en una institución centenaria de perfil clásico. Entonces mi cátedra pasó a ser casi el único canal que los jóvenes tienen para construir una identidad que venía un tanto vapuleada en las últimas décadas de vida argentina. Ahora este esfuerzo se coronó con la creación de la Carrera Superior de Tango y Folclore, que tengo el honor de conducir y que funciona en el mismo Conservatorio Manuel de Falla. Soy feliz impartiendo clases y sé perfectamente que mi responsabilidad es grande, pues debo hacerme cargo de una mirada “no académica” de la música, lo cual, por ser original, importa un mayor compromiso de mi parte.

En tu forma de tocar se percibe una sensación de profundidad que trasciende a las músicas y te permite conectar con el paisaje. Crees que proceder de una provincia, de un paisaje y un tiempo distintos a los de la ciudad constituye una herramienta expresiva añadida?
Siempre la tierra de uno se traduce en la música cuando se toca la música de esa tierra. En mi caso, vengo de una tierra rica en tradiciones, apasionada por el cancionero propio pero al mismo tiempo con una amplia apertura universalista. En Tucumán había grandes sinfónicas, clubes de jazz, un folclore muy dinámico y, sobre todo, una noche intensa y siempre despierta. Yo descubrí a Piazzolla; Joao Gilberto; Tom Jobim; Dave Brubeck; Gerry Mulligan; Jo Jones; Modern Quartet; Swingle Singers y a tantos otros, en pequeños bares de mi ciudad allá por los años 60. En mi casa, el mundo clásico. En las reuniones, el folclore y el tango. Y en el propio paisaje, fui tramando mi mundo expresivo.

Cómo te preparas (técnicamente) para un concierto?
Antes me preparaba tocando. Luego, bebiendo un vino y ahora estando nomás. Esperando el momento único que me distiende: tocar.

Cuáles son tus proyectos inmediatos?
En agosto grabaré el Volumen II con Marcelo Moguilevsky, el gran vientista argentino, luego me abocaré a terminar el disco de canciones y posteriormente una grabación que me propusieron en México, con música argentina y mexicana. En cuanto a creación, me pondré de lleno a escribir una suite folclórica para cuarteto de cuerdas y guitarra, así como un libro de piezas argentinas con dificultad creciente, que pueda tener aplicación en conservatorios de música.

Para terminar, con qué guitarras tocas?
Siempre he tocado guitarras de Francisco Estrada Gómez y espero tener pronto una Ángel Benito. Pero tendré que alternar, pues una Estrada no se abandona jamás. 

Si te ha interesado esta entrevista, te proponemos veas el siguiente documental en tres partes con información actualizada: